Israel Galván

CARMEN

Concepto, Coreografía y Baile

Israel Galván

Música Georges Bizet

Dirección musical Maria Itkonen


con

Carmen Nancy Fabiola Herrera

Don José José Bros

Escamillo Ángel Ódena

cante y guitarra Maria Marin

coro Mieskuoro Huutajat Oulu

director Petri Sirviö

y

Real Orquesta Sinfónica de Sevilla


Dramaturgia y adaptación Charles Chemin

Vestuario Micol Notarianni

Diseño de caracterización Chema Noci

Iluminación Valentin Donaire

Asesoría musical Miguel Álvarez-Fernández

Sonido y Dirección tecnica Pedro León

Regiduría Balbi Parra

Management Rosario Gallardo


Producción

IGalván Company, Teatro de la Maestranza and XXIII Bienal de Flamenco de Sevilla

En co-producción con

Les Nuits de Fourvière – Festival International de la Métropole de Lyon

En colaboración con

INAEM-Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música 

Las funciones en Sevilla se realizan con el apoyo del Instituto Iberoamericano de Finlandia como parte de la iniciativa pARTir financiada por NextGenerationEU

El encuentro entre Galván y Carmen parece inevitable. Ambos tan abiertamente sevillanos, al menos en apariencia. Porque Carmen es un arquetipo sevillano creado en el extranjero, en Francia, de la pluma de Prosper Merimée, autor de la novela homónima, más tarde musicada por Bizet. Aunque Galván es un artista de carne y hueso, su ascenso artístico debe también al extranjero una consagración que hizo que su talento fuera revalorizado en España y en su Sevilla natal.

Pero volviendo al encuentro, Galván ya ha demostrado que le gusta enfrentarse a los clásicos, como hizo con El amor brujo de De Falla y La Consagración de la Primavera de Stravinsky. Reinterpreta las obras maestras con su personalísimo estilo, a la vez intimista y perturbador, siempre velado por un humor que no pretende desmitificar sino que forma parte del juego con el mito.

En este caso va a la esencia de Carmen para crear -como él la llama- una Carmen jonda, condensándola en una hora y 20 minutos: define su historia de amor a través de los tres personajes principales, no pierde la musicalidad sino que la confía a tres cantantes de ópera y una cantaora de flamenco, en una contaminación necesaria para recrear la ópera en forma de danza. Apoyando a las voces y a la coreografía, una orquesta sinfónica como cabría esperar en Carmen, pero con una pincelada irreverente e inesperada al estilo típico de Galván: las voces finlandesas de un coro masculino, Mieskuoro Huutajat Oulu. Un cortocircuito que en esta nueva ópera de Galván aporta frescura a un encuentro destinado a suceder.

tour dates

España Teatro de la Maestranza | XXIII Bienal de Flamenco de Sevilla – 5 - 6 de Octubre 2024 (estreno mundial) 

©Filippo Manzini | Flamenco Catharsis | Sabine Hauswirth

Con frecuencia se ha descrito Sevilla como la ciudad más barroca del mundo. Sin duda, la danza de Israel Galván también lo es. La profusión de elementos, la acumulación de detalles, el regusto por el ornato, el gozo del adorno... Todo ello configura un modo de entender la vida como algo muy parecido al arte (o, quizá, un modo de entender el arte como algo mucho mejor que la vida).

Esa aproximación intensa y apasionada hacia la vida, ese vitalismo desenfrenado, podría remitirnos, más que al Barroco, a todo aquello que normalmente relacionamos con el Romanticismo. ¿Quizá, entonces, Sevilla no sea una ciudad esencialmente barroca, sino romántica? Seguramente esta idea constituya la mayor aportación de los ideólogos de “Carmen”, desde Mérimée y Bizet hasta la penúltima reformulación del mito.

Hablamos de mitos, y ahí -junto a Carmen- ya podemos ubicar, con toda propiedad, a Israel Galván. También la idea del genio -nunca demasiado alejada de los ideales propios del Romanticismo- le acompaña (o, acaso, le persigue). Pero muy cerca del mito -y también del rito- está la idea de mentira, de falsedad (o de burla, o de parodia...). De nuevo, Barroco y Romanticismo danzan abrazados en Sevilla.

Por supuesto, en esta ceremonia no puede faltar la seducción, que aquí se manifiesta no solamente a través de la erótica del baile, sino también mediante esa categoría, esencialmente jonda, que es el embrujo. De nuevo se confunden, pues, deseo y engaño, ficción y realidad, mentira y autenticidad (“porque al final lo jondo es falso, pero lo falso es jondo”, afirma Israel Galván).

¿Qué sucede, entonces, cuando Galván, desde su más plena madurez artística, se propone abordar estos mitos y estos ritos que han devenido constitutivos de una Sevilla que, por otra parte, es consustancial al bailaor? Parece metafísicamente imposible que Galván pudiese vivir en una ciudad distinta de esa que nunca sabremos si ama profundamente u odia profundamente (para los verdaderos románticos, la distinción entre amor y odio nunca está clara, sólo lo visceral es evidente).

En esa madurez de Galván que ahora nos toca celebrar aparece una extraña y sorprendente tendencia a simplificar, a reducir, a concentrar todos y cada uno de los gestos que componen su danza.

Se reúnen en su fisionomía, así, diferentes personajes. Carmen es un soldado, pero éste es un gitano, que se transforma en torero, que a su vez... El cuerpo (o, más bien, los múltiples cuerpos) de Israel Galván deviene(n), así, escenarios. O, más precisamente, campos de batalla donde se libran importantes luchas, siempre disfrazadas con los trajes del amor más tóxico: celos, engaños, triangulaciones, placer, dolor... Las políticas del cuerpo se (re)presentan aquí como una guerra en la que aún estamos incursos.

Todas estas amalgamas, lejos de disminuir la complejidad de la narración, hacen estallar las diferencias (de género, de clase social...) sobre las cuales se construyó -a través, precisamente, de obras como “Carmen”- eso que aún llamamos amor romántico (pero que quizá convendría denominar, más bien, el gran engaño, o la más funesta de las mentiras).

También son más precisas las ideas musicales que orientan las más recientes creaciones de Galván. Como resultado, en esta nueva “Carmen” se han seleccionado determinados pasajes; no necesariamente los más conocidos, pero sin duda algunos de los que hoy más nos desafían estética y políticamente.

La técnica, por su parte, queda desplazada a un lugar muy ajeno al virtuosismo, otra categoría esencialmente romántica -como casi todo lo que apareja control o dominación-: “La Carmen no hace falta que baile bien, porque los que bailan bien no son eróticos”, sostiene Galván.

Ahora bien, pese a todos estos ejercicios de contención, ni Galván ni “Carmen” pueden evitar desbordarse, así que ahora la reflexión sobre lo exótico puede incluir voces y cuerpos procedentes de Finlandia, y esa “broma flamenca” que siempre ha sido esta ópera para Galván quizá ahora pueda sonar más jonda que nunca. Porque, según recordaba el pedagogo Jean Piaget, hay que jugar como juegan los niños: absolutamente en serio.

[texto de Miguel Álvarez-Fernández]